Dieciséis horas de un octubre que no se anima al
frío; en Paris: un café. De esos de esquina, con mesas en la vereda y sillas mirando más afuera que adentro.
Una chica toma café. Lo termina y se levanta.
Lleva una pollera larga hasta los tobillos que permite ver que usa borsegos.
Trenza y remera de flores, intenta irse, pero el mozo le dice que tiene que
pagar. Ella lo mira y le dice : si
quiere puede llamar a la policía.
Y con esa frase, se va.
En una mesa, el primero: vamos a ponerle J. J
tiene los pelos despeinados, largos hasta los hombros. Una mandíbula que dibuja
una sonrisa gigante y dientuda. Lee en una mesa un libro de Fernando Pessoa, porque
tiene ganas, sí, pero también porque lo hace sentir mas interesante. Viste un
saco beige, entre moderno y antiguo, que le da un look intelectual.
En frente, pero en el mismo café, el segundo: P.
P
no lee, P solo toma té, fuma y mira con ojos grandes y de manera fija, a todo y
a todos.
Se levanta y lentamente, pero con decisión, se
acerca a la mesa de J.
P: ¿Vos… sos italiano?
J: Sí, ¿vos también?
P: Claro, ¿me puedo sentar?
Y antes de terminar la frase, la mudanza estaba hecha.
Como buenos italianos en pocos minutos se
convirtieron en viejos amigos. Hablaron de sus lugares de referencia y sus respectivas profesiones: J es de Torino y es ingeniero -cosa que ya no le agrada-
P, de Roma y es músico. Comentaron sobre sus casas prestadas en Paris, sobre el asma de P y el
trabajo de J.
Muy cerquita de su mesa, otra. “Los miércoles es
así”, dijo el mozo, cuando intentaron separarlas. Sentada había una pareja, los
dos escribían, no se hablaban. A J y a P esta situación les llamo la atención. Se rieron de la probable poca
comunicación entre él y ella.
Todos
esperaban, el ambiente estaba cargado, de nervios y ansiedad. En pocos momentos estaba por llegar Jodorowsky, quien
no satisfecho con su carrera de escritor
, director
teatral, director de
cine, guionista
de cine, actor, mimo, marionetista, compositor de bandas sonoras, escultor, pintor y escenógrafo guionista de
cómics, dibujante,
psicoterapeuta y psicomago,
decide sentarse
todos los miércoles del mes en ese café y leer las cartas de tarot a los posibles interesados. Y todo esto,
gratis.
Pero ella no sólo escribe. De repente saca un
lápiz y comienza a hacer un dibujo de otro de los comensales del café. Piensa que puede utilizarlo para su próxima historieta.
El hombre se acerca a la chica, le dice algo en
francés que ella no logra entender. Lo repite en inglés, sin éxito, pero todos
escuchan que es su cumpleaños, que él le pide ese dibujo a cambio de unos
masajes. Hacer masajes es su trabajo y le ofrece una sesión gratuita si le
regala su diseño. Ella lo piensa, pero mira la cara de su pareja y se decide por no realizar el trueque.
Mientras tanto, un viejo se acerca al novio. Le
dice cosas, muchas cosas. Algo sobre sus anteojos y los químicos. El novio no
entiende, y los mozos, con cara de: "otra vez vos", lo echan a la calle.
P le cuenta a J que él vino de Roma a Paris para
tener ese encuentro con aquel famoso tarotista. Lo admira y esta dispuesto a estirar su estadía hasta poder
hablar con él. Pero de repente el mozo anuncia que hoy no viene el famoso,
sino aquel italiano, su discípulo.
P mira decepcionado y le dice bajito a J que el miércoles
que viene va a volver. Va a volver hasta conseguirlo.
Ya son las 5, y por fin, el sorteo. Todos escriben
sus nombres en papeles, pero solo veintidós van a ser seleccionados.
Veintidós, como la cantidad de arcanos
del tarot.
J sale sorteado, en el número 8. El don discípulo llega,
vestido de negro en combinación con sus antejos, su bolso y zapatos. Sí, es
italiano, su pinta lo confirma, y viene acompañado de otros tres seres extraños.
Entre
cafés y cigarrillos van pasando los números, las personas, las preguntas. El 7
es de una chica de unos veinte años, es española, pero cuenta con una amiga que
hace las veces de su traductora. Pregunta algo sobre una foto del Facebook. J esta
atento a la situación, pero no logra escuchar bien porque esta lejos. El
tarotista le recomiendo una “acto psicomagico” , que incluye sobres, manos de
maniquíes y fotos. Ella se va llorando.
-
El siguiente: número ocho
J se levanta entre temeroso y decido, pregunta en vos bajita.
Tira las cartas, escucha atento las respuestas. Y
se va.
Es el turno de P , lo saluda: - Hasta el miércoles
que viene, entonces
J: no, por las dudas no me esperes.
Yo insisto en querer escribir ficción.
Sin embargo la realidad es siempre más interesante.