9.27.2011

doscientos veintiséis

Si hubiera sabido cómo iban a ser las cosas tal vez hubiera dicho que sí más rápido. O tal vez no, tal vez mi esencia no sea la de hembra alfa que vos crees sino la que ya venía creyendo que era: la esencia asustada. La esencia que se asusta de los días compartidos, la que dice que sí y después que no, la que disfruta el baile por no sentarse un ratito a ver qué pasa, la que pinta de colores pero con arbitrariedades; la esencia que se asusta del amor. Pero quizás no sea ni una ni la otra, porque tal vez no hay esencias que nos definan, tal vez ir y venir sea uno más de los vaivenes de la vida hasta un punto. Momento en el cual las resistencias son un chiste, una mala pasada otoñal que se hacía la guapa ante la existencia de bicis, de canciones de jardín de infantes, de fotos que nos cuentan miles de cosas. Entonces, si en la vida como en la gramática también existen el punto seguido y el punto y aparte, y sólo las personas complicadas conviven con el punto y coma (Juli Pinkerton, 2011), yo quiero lavarme la cara con agua fría y volver al bando del que nunca tendría que haberme ido. Hacer punto seguido y tomarme el ciento trece de ida, para visitar al mejor cebador de mate de Villa Mitre-Flores-Paternal y volver pícara, hasta el momento en que hablemos por teléfono y vos me atiendas diciendo “central de piropos, buenos días” para que todo sea color y amor. Nuestra esencia es la de la de la primaverita.

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