Es que la vocecita que me dicta las palabras
–estas, y las de antes, y las de siempre- se entusiasma con la angustia.
Quizás sea como dijo el señor del tarot, que
escribo para curarme. Tal vez sea la herramienta para darle las últimas puntadas a esas
heridas rebeldes.
Yo no sé, pero a mi me gustaría más escribir sobre
vos.
De tus pestañas eternas y tu risa grave y de tus
caricias a la mañana en la espalda, mientras me hago la dormida.
Me gustaría escribir sobre nosotros, sobre las
ganas que nos quedan de ser superhéroes cuando termina la película. O sobre el viento del
ventilador en nuestros cuerpos mojados,
recién salidos de la ducha.
De ver películas,
en un auto, en tu cama o bajo las estrellas.
De cuando jugamos con las nubes en la terraza, o cuando regamos las plantas.
De cuando nos acordamos cuando cocinamos sopa de
arvejas en Paris, o cuando eramos felices en un campo, sin nada, pero con
nosotros.
De la pasta casera del domingo, de la tira de asado de la parri de la
esquina, de las vueltas manzanas nocturnas; de nuestro espacio compartido.
De las cosquillas "que no me hagas más, que mira
que no controlo mi fuerza".
De cuando nos leemos cuentos antes de dormir.
Pero es que mi vocecita se entusiasma con la
angustia.
Yo no sé, si fue el verano o la ciudad, pero esta vez se inundó
de felicidad.
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