La helada tierra oscilaba ciega * y yo, sin rumbo caminaba; buscando la ciudad perdida, la soledad encontrada.
Felices eran aquellos que vivían
dentro del ojo, pero yo nunca amé las tormentas. Entonces seguí. Agachado y casi sin ánimos. Pero con sed, hambre, amor.
Los brutos más salvajes venían dóciles
y trémulos y las víboras se arrastraron y yo con ellas. Queriendo ser reptil, me
lamía las escamas disecadas por el viento.
Y aun los perros asaltaron a sus
amos; todos salvo uno, que despacito se acurrucó al lado de mis pies casi pútridos.
De a
poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos de una cuidad enorme
sobrevivieron. Se miraron, se descubrieron. Sin palabras hicieron el amor,
hasta que sus sexos ardieran.
Las olas estaban muertas, ellos casi que también. Pero había una luz de esperanza.
Un esperma en el útero de la última mujer.
*Fragmentos de Oscuridad, Lord Byron