5.05.2013



El tic tac de las agujas  tejían una bufanda, que  la abuela construía a su nieto. Verde y amarilla, así la había pedido. Sus manos se movían de memoria, tan rápido como mis alas al mirar.
El ruido se mezclaba con el de mi pico sobre el vidrio, que cristalizado no me permitía ver  más que siluetas.
Y al principio ese tic tac era agradable, un marcapaso del tiempo. Pero reiterado se iba haciendo pesado. Y más pesado. Casi una tortura.
De repente, el niño que jugaba en el suelo, se percató de mi presencia. Gritó, señaló y volvió a gritar.
La abuela detuvo sus manos-maquina,  se levantó  y abrió la  ventana.
-Mira querido, un colibrí. Es tan chiquito y bonito… ¡y viven tan poco!
Moviendo mis alas a la velocidad del viento, me fui mientras la abuela retomaba su, aún mas pesado,  tic tac.

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