El
tic tac de las agujas tejían una
bufanda, que la abuela construía a su
nieto. Verde y amarilla, así la había pedido. Sus manos se movían de memoria,
tan rápido como mis alas al mirar.
El
ruido se mezclaba con el de mi pico sobre el vidrio, que cristalizado no me
permitía ver más que siluetas.
Y
al principio ese tic tac era agradable, un marcapaso del tiempo. Pero reiterado
se iba haciendo pesado. Y más pesado. Casi una tortura.
De
repente, el niño que jugaba en el suelo, se percató de mi presencia. Gritó,
señaló y volvió a gritar.
La
abuela detuvo sus manos-maquina, se
levantó y abrió la ventana.
-Mira
querido, un colibrí. Es tan chiquito y bonito… ¡y viven tan poco!
Moviendo
mis alas a la velocidad del viento, me fui mientras la abuela retomaba su, aún
mas pesado, tic tac.
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