Yo vivo en el sexto piso del único edificio de la manzana. A Pancho le encanta mi balcón. A su hermana Carmen también, porque dice que desde ahí se ven las casas que se esconden atrás de las puertas en la vereda.
El señor que protege nuestra cuadra se llama Máximo, y no sólo que es igual a Mario Bross, sino que paradójicamente es realmente chiquito. Pasa sus horas durmiendo o hablando con el portero, que no tan paradójicamente, es un poco vago.
A la vecina de al lado le interesa mucho los movimientos de los demás. Pasa sus tardes optando por puerta o ventana y por momentos creo que su vida es demasiado aburrida.
En frente vive un dentista, que imagino cuida más los dientes que a su perro. Creo que no estoy muy de acuerdo con los perros importados, mucho menos cuando su nombre incluye un “Siberian” y vive en un Buenos Aires que últimamente no baja de los 40 grados. Igual yo creo que vivir en el patio lo hace un poco feliz, y además estoy segura que se ganó la envidia de la vecina chusma.
Más a la izquierda hay un polémico delivery de dudosa procedencia, que tiene intrigado mas que alguno en el barrio.
Entre el mosaico de Starbucks, almacenes, Kevingston y gente que toma mate en la vereda, se esconde la bicicletería. La atiende un señor viejo que sabe mucho, y que no cobra por inflar las gomas porque según él “el aire es gratis”.
De entre los que ya no caminan por la cuadra, al que más extraño es a Lucky, petizo y viejo y quejón, ya no se escapa de su casa.
Art College: Se los presento, mi barrio